El origen histórico del vino: desde Georgia hasta el mundo



El origen del vino: de la casualidad prehistórica a la civilización vitivinícola  


La historia del vino se entrelaza con el desarrollo de la humanidad como un testimonio de innovación accidental, evolución cultural y expansión geográfica. Aunque tradicionalmente se ha atribuido su invención a figuras mitológicas o bíblicas como Noé, la evidencia arqueológica y antropológica revela que su descubrimiento fue un proceso colectivo y gradual, iniciado hace aproximadamente 8.000-11.000 años en la región del Cáucaso y Mesopotamia. Este fenómeno surgió de la fermentación espontánea de uvas silvestres almacenadas en recipientes de barro, un hallazgo fortuito que transformó no solo las prácticas agrícolas, sino también las estructuras sociales, religiosas y económicas de las primeras civilizaciones.  

 Los orígenes geográficos y arqueológicos  


 El Cáucaso: cuna de la viticultura  



En las laderas del Cáucaso Sur, particularmente en el territorio de la actual Georgia, se han encontrado las pruebas más antiguas de producción intencionada de vino. Excavaciones en el yacimiento de Gadachrili Gora revelaron fragmentos de cerámica con residuos de ácido tartárico y trazas de resina de árbol, datados alrededor del 6000 a.C. Estos kvevri, tinajas de terracota enterradas para controlar la temperatura de fermentación, demuestran un conocimiento avanzado de técnicas enológicas que persistieron durante milenios. La variedad de uva Vitis vinifera, antepasada de las cepas modernas, crecía de forma silvestre en esta región, favorecida por un clima húmedo y suelos ricos en minerales.  

Paralelamente, en la cueva de Areni (Armenia), se descubrió una bodega del 4100 a.C. con restos de mosto fermentado, prensas de uva y vasijas, evidenciando una producción sistemática para rituales funerarios. Estos hallazgos coinciden con análisis genéticos que sitúan el origen de la vid cultivada en esta zona, desde donde se extendió hacia el Creciente Fértil.  


 Mesopotamia y el nacimiento de la cultura del vino  

La llanura mesopotámica, entre los ríos Tigris y Éufrates, fue escenario de la primera revolución agrícola y también del desarrollo inicial de la viticultura. Textos cuneiformes sumerios del 3000 a.C. mencionan el sikaru, una bebida fermentada de uva y dátiles utilizada en ceremonias religiosas y transacciones comerciales. Tablillas de arcilla describen viñedos gestionados por templos, donde el vino se almacenaba en ánforas selladas con betún para su conservación. La expansión del Imperio acadio (2334-2154 a.C.) facilitó el intercambio de técnicas vitivinícolas con Elam y Anatolia, regiones que perfeccionaron el uso de podas y selección de cepas.  

 Mitología y religión: el vino como don divino  


 El relato bíblico de Noé: símbolo y controversia  

El Génesis (9:20-21) atribuye a Noé la plantación de la primera viña tras el diluvio universal, un acto que lo convierte en el primer viticultor registrado en textos sagrados. Sin embargo, este pasaje contiene elementos simbólicos: la embriaguez de Noé y la maldición de su hijo Cam reflejan tensiones culturales entre pueblos nómadas (representados por Cam) y sedentarios agrícolas (Sem y Jafet). Aunque arqueológicamente no se ha corroborado la historicidad de Noé, el mito subraya la importancia del vino en las sociedades del Bronce Antiguo, donde su consumo estaba ligado a rituales de fertilidad y pactos sociales.  

 Deidades vinícolas en las religiones antiguas  

La sacralización del vino permeó las cosmogonías del Mediterráneo oriental. En Egipto, Osiris enseñó el cultivo de la vid y la fermentación, asociando el vino tinto con su sangre y la resurrección. Los griegos veneraban a Dionisio, dios del éxtasis, cuyos misterios incluían el consumo ritual de vino mezclado con agua y hierbas. En Roma, Baco personificaba la dualidad del vino como fuente de inspiración y caos, un concepto que influyó en el cristianismo primitivo al vincular el caldo con la eucaristía.  

 La difusión técnica y cultural por el Mediterráneo  


 Fenicios y griegos: comerciantes y enólogos  

Los fenicios (1500-300 a.C.) desempeñaron un papel crucial en la expansión del vino hacia occidente. Sus naves transportaban ánforas con vino de Tiro y Sidón, introduciendo el cultivo en Cartago, Sicilia y la Península Ibérica. En Chipre, desarrollaron técnicas de añejamiento en pozos subterráneos, mientras que en Ibiza implantaron viñedos en terrazas para maximizar la exposición solar.  

Los griegos perfeccionaron la viticultura mediante la clasificación de suelos y la poda en verde. Teofrasto, en el siglo IV a.C., describió en Historia de las Plantas métodos para combatir plagas usando cenizas y azufre. El symposion, banquete donde se debatía filosofía bebiendo vino diluido, se convirtió en un modelo de sociabilidad que Roma adoptaría y transformaría en el convivium.  

 El legado romano: ingeniería y globalización  

Roma sistematizó la viticultura como industria. Columela, en De Re Rustica (60 d.C.), detalló prácticas como el injerto, el deshojado y la vendimia nocturna para preservar aromas. Las villae rusticae combinaban viñedos con bodegas equipadas con prensas de tornillo y depósitos de plomo para la fermentación. El Imperio estandarizó el uso de barricas de roble galas, más ligeras que las ánforas, facilitando el transporte hasta Britania y Germania.  

 Innovaciones medievales y modernas  


 Monjes cistercienses: ciencia y terroir  

Durante la Edad Media, los monasterios benedictinos y cistercienses preservaron y avanzaron el conocimiento enológico. En Borgoña, los monjes de Clos de Vougeot cartografiaron parcelas según la calidad del vino, estableciendo el concepto moderno de terroir. Experimentaron con clones de Pinot Noir y Chardonnay, seleccionando cepas adaptadas a microclimas específicos.  

 La revolución científica y tecnológica  

El siglo XIX trajo avances decisivos: Louis Pasteur descubrió el papel de las levaduras en la fermentación (1857), mientras que en Burdeos se desarrolló el ensamblaje de variedades para crear vinos equilibrados. La filoxera (1863) obligó a injertar vides europeas en portainjertos americanos resistentes, un hito que reconfiguró la viticultura global.  

 Conclusión: el vino como patrimonio humano  

Desde su descubrimiento casual en el Neolítico hasta su estatus actual de producto cultural sofisticado, el vino encapsula la inventiva humana. Aunque Noé permanece como figura emblemática en la tradición judeocristiana, la verdadera autoría corresponde a innumerables generaciones de agricultores, alquimistas y comerciantes que transformaron un fenómeno natural en arte. Hoy, cada copa contiene no solo uvas fermentadas, sino milenios de historia, ciencia y pasión colectiva.


Fuentes y referencias

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